martes, 25 de noviembre de 2008

Garfio

El capitán Garfio me escribe la carta que copio a continuación. A pesar de lo faltón que es, es un buen amigo y siempre hemos estado muy unidos.
Es una carta muy crítica (es un cascarrabias) pero quizá os pueda interesar.
Para que vea que no es lo mismo predicar que dar trigo, le voy a permitir publicar entradas en este cuaderno y dejar comentarios.
Confío en que sea para bien. (Si se desmanda convierto su sombrero en cocodrilo.)

Sr. mago Merlín:
Es usted un blandón y va a malograr el talento de sus discípulos, que merecerían un maestro más valiente y exigente.
He leído con atención los ejercicios de sus alumnos y sus comentarios (los de usted) y me ha invadido la indignación.
Le pondré varios ejemplos.
Bruja Mandarina y Flor de Chocolate son las alumnas que todo profesor querría tener: trabajadoras, aplicadas, imaginativas... ¿No van a ser capaces de escribir de acuerdo con las normas de la Real Academia? Pues a qué espera para exigírselo. Sin disciplina no hay aprendizaje. ¡Decirles “de broma” que escriban diez veces las palabras mal escritas! ¡Hasta mil (o un millón) deberían escribirlas si es la manera de que aprendan! Y mientras no lo hagan... al palo mayor a estudiar las reglas.
Y qué decir de Ras Bao. El indudable talento de ese chico se va en bravatas y chulería. ¿Cómo no le obliga a entregar todos y cada uno de los ejercicios y le permite ese tono irrespetuoso? Sin trabajo y sin humildad tampoco se puede aprender. Nada de bromear con él. A limpiar la cubierta y con media ración de rancho hasta que no escriba lo que tiene que escribir. Y si es necesario encerrarle en la bodega con lápiz y papel, se le encierra.
Y Angria, una chica que lee a las hermanas Bronte... no va a ser capaz usted de apretarle un poco las tuercas para que dé lo mejor de sí, que todavía no lo ha dado.
El último ejercicio de Ranita es verdad que es muy bueno, pero también, que no está muy bien puntuado. Y lady Ezternut, que escribe de esa manera tan personal, ni siquiera se molesta en poner mayúsculas. Y usted, nada, una sonrisita y casi que le pide por favor que las ponga. Nada de eso. A limpiar los cañones de babor y luego a escribir mil veces las normas que atañen al uso de mayúsculas.
Y Patricio, su ingenio es comparable a su pereza. Y su pereza es lo que hay que corregir. (Su ortografía también, pero primero su pereza.) Ningún día sin trabajo. Y si no, los cañones de estribor también necesitan una limpieza.
El Sr. Cangrejo tiene madera de escritor, pero si le deja usted a su aire, que siga entregando todo en el último momento, esperando a que le llegue la inspiración... Nada de inspiración. Trabajo. TRA-BA-JO.
Con su blandenguería será usted capaz de malograr incluso a esos alumnos que no necesitan profesor porque son capaces de aprender solos, como Isabella Marie Swan, a la que también se le escapa alguna falta de ortografía (Si a nadie le pasa nada por escribir con incorrecciones, ¿por qué esforzarse?)
En fin, no sigo porque no terminaría, en todos sus alumnos (Bonifacio, Bob Esponja, Gary, Duendecilla, Denis, Genevieve, William Wallace, la Sra. Puff, Reina de Saba, Colibrí, Minnie, doña Maripili, Grillo, Matamagos, Sparrow... ) hay un metal valioso que tiene que ser templado por el fuego, no acariciado por palabras dulces, por muy mágicas que se pretendan.
Un saludo de Garfio.

No os asustéis por su tono, que le dejaré hablar y despotricar pero, en última instancia, el que manda soy yo.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Ejercicio seis. En el infierno

El espacio es otro de los elementos fundamentales de una narración. El siguiente ejercicio es para comprobar esa importancia. Consiste en situar una historia (la podéis inventar o adaptar) en el infierno. ¿Cómo se desarrollará una historia de amor, o de amistad, o de asesinatos, en el infierno…?
Podéis entreteneros leyendo las dos historias que os copio a continuación. Las dos suceden en el infierno, aunque son infiernos muy distintos.

La primera es una historia de la mitología mesopotámica. La recojo de un libro de mitología.

Isthar era señora del firmamento, poderosa diosa del amor y de la guerra. Su primer esposo fue Tammuz. Al morir Tammuz, Isthar descendió a los infiernos para arrancarle a su hermana, la terrible Ereskigal, el poder sobre la vida y la muerte. Después de darle instrucciones a su sirviente Papsukal, de ir a rescatarla si no regresaba, Isthar descendió a la tierra de las tinieblas. Comenzó valiente y desafiante, gritando al portero que abriese la puerta antes de que la echase abajo. Pero en cada una de las siete puertas se iba despojando de una de sus prendas, y con ellas se iba despojando de su poder, hasta que llegó desnuda e indefensa ante Ereskigal, que la mató y colgó su cuerpo de un clavo. Con su muerte, todo el mundo comenzó a languidecer. Pero el fiel Papsukal se llegó hasta los dioses y les pidió que creasen un ser capaz de entrar en el mundo de los muertos y resucitase a Isthar con la comida y el agua de la vida. Así es como Isthar volvió a la vida, pero tenía que pagar un precio. Durante seis meses al año, Tammuz debe vivir en el mundo de los muertos. Mientras está allí, isthar ha de lamentar su pérdida; cuando en primavera él vuelva a salir, todos se llenarán de gozo.


La segunda la recoge Borges en La historia universal de la infamia.

Un teólogo en la muerte

Los ángeles me comunicaron que cuando falleció Melanchton, le fue suministrada en el otro mundo una casa ilusoriamente igual a la que había tenido en la tierra. (A casi todos los recién venidos a la eternidad les sucede lo mismo y por eso creen que no han muerto.) Los objetos domésticos eran iguales: la mesa, el escritorio con sus cajones, la biblioteca. En cuanto Melanchton se despertó en ese domicilio, reanudó sus tareas literarias como si no fuera un cadáver y escribió durante unos días sobre la justificación por la fe. Como era su costumbre, no dijo una palabra sobre la caridad. Los ángeles notaron esa omisión y mandaron personas a interrogarlo. Melanchton les dijo: "He demostrado irrefutablemente que el alma puede prescindir de la caridad y que para ingresar en el cielo basta la fe". Esas cosas les decía con soberbia y no sabía que ya estaba muerto y que su lugar no era el cielo. Cuando los ángeles oyeron ese discurso lo abandonaron.

A las pocas semanas, los muebles empezaron a afantasmarse hasta ser invisibles, salvo el sillón, la mesa, las hojas de papel y el tintero. Además, las paredes del aposento se mancharon de cal y el piso de un barniz amarillo. Su misma ropa ya era mucho más ordinaria. Seguía, sin embargo, escribiendo, pero como persistía en la negación de la caridad, lo trasladaron a un taller subterráneo, donde había otros teólogos como él. Ahí estuvo unos días encarcelado y empezó a dudar de su tesis y le permitieron volver. Su ropa era de cuero sin curtir, pero trató de imaginarse que lo anterior había sido una mera alucinación y continuó elevando la fe y denigrando la caridad. Un atardecer sintió frío. Entonces recorrió la casa y comprobó que los demás aposentos ya no correspondían a los de su habitación en la tierra. Alguno estaba repleto de instrumentos desconocidos; otro se había achicado tanto que era imposible entrar; otro no había cambiado, pero sus ventanas y puertas daban a grandes médanos. La pieza del fondo estaba llena de personas que lo adoraban y que le repetían que ningún teólogo era tan sapiente como él. Esa adoración le agradó, pero como alguna de esas personas no tenía cara y otros parecían muertos, acabó por aborrecerlos y desconfiar. Entonces determinó escribir un elogio de la caridad, pero las páginas escritas hoy aparecían mañana borradas. Eso le aconteció porque las componía sin convicción.
Recibía muchas visitas de gente recién muerta, pero sentía vergüenza de mostrarse en un alojamiento tan sórdido. Para hacerles creer que estaba en el cielo, se arregló con un brujo de los de la pieza del fondo y éste los engañaba con simulacros de esplendor y serenidad. Apenas las visitas se retiraban, reaparecían la pobreza y la cal, y a veces un poco antes.
Las últimas noticias de Melanchton dicen que el mago y uno de los hombres sin cara lo llevaron hacia los médanos y que ahora es como un sirviente de los demonios.

(Del libro Arcana coelestia, de Emanuel Swedenborg.)