jueves, 29 de enero de 2009

Sobre los epítetos (2)

Segundo consejo: a pesar de lo que dice el libro de texto, los epítetos que uses no tienen por qué resaltar una cualidad propia del sustantivo.

*

Los poetas del Renacimiento trataban de crear en sus poemas un mundo ideal sin las imperfecciones del mundo real. La mujer ideal, por ejemplo, era siempre de largos cabellos rubios que agitaba el viento, de piel blanca blanquísima (a veces transparente de puro blanca), de ojos claros, labios rojos.... Nada de mujeres morenas de ojos oscuros. La Naturaleza de sus poemas era un hermoso jardín, con prados verdes, flores, suaves brisas... Tampoco nada que se pareciera al duro paisaje de la meseta castellana que rodeaba a muchos de ellos. Sus epítetos remarcaban las cualidades ideales de ese mundo ideal.
Nosotros, que quizá no creamos en bellezas ideales, no estamos obligados a imitarles.

Os copio dos ejemplos de Garcilaso (nuestro primer poeta renacentista en todos los sentidos de la palabra).

Por ti el silencio de la selva UMBROSA,
por ti la esquividad y apartamiento
del SOLITARIO monte me agradaba;
por ti la VERDE hierba, el FRESCO viento,
el BLANCO lirio y COLORADA rosa
y DULCE primavera deseaba.
¡Ay, cuánto me engañaba!
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu FALSO pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la SINIESTRA corneja, repitiendo
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

[...]

Tu DULCE habla ¿en cúya oreja suena?
Tus CLAROS ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu QUEBRANTADA fe ¿dó la pusiste?
¿Cuál es el cuello que como en cadena
de tus HERMOSOS brazos añudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi AMADA hiedra
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

*

El autor de El Lazarillo, quizá contemporáneo de los poetas renacentistas, usaba los epítetos de una manera muy distinta. Fijaos en el siguiente fragmento del tratado segundo. En este tratado Lázaro nos cuenta como entró al servicio de un clérigo que le mata de hambre: sólo le da de comer unas pocas cebollas y tiene la comida escondida en un arca que cierra con llave. Lázaro consigue una llave, pero el clérigo nota que le falta algún pan y los cuenta y los recuenta, por lo que el mozo ya no se atreve a coger uno entero y come un poco de varios para que su amo crea que son ratones. Este, para que los ratones no vuelvan a roerle los panes, tapa todos los agujeros del arca.
El fragmento que sigue se sitúa en este momento: el clérigo se ha ido, dejando el arca toda remendada, de manera que ni un mosquito podría entrar.

De que salió de su casa, voy a ver la obra, y hallé que no dejó en la TRISTE y VIEJA arca agujero ni aun por donde le pudiese entrar un moxquito. Abro con mi DESAPROVECHADA llave, sin esperanza de sacar provecho, y vi los dos o tres panes comenzados, los que mi amo creyó ser ratonados, y dellos todavía saqué alguna lacería, tocándolos muy ligeramente, a uso de esgrimidor diestro. Como la necesidad sea tan gran maestra, viéndome con tanta siempre noche y día estaba pensando la manera que ternía en substentar el vivir. Y pienso, para hallar estos NEGROS remedios, que me era luz el hambre, pues dicen que el ingenio con ella se avisa y al contrario con la hartura, y así era por cierto en mí.
Pues estando una noche desvelado en este pensamiento, pensando cómo me podría valer y aprovecharme del arcaz, sentí que mi amo dormía, porque lo mostraba con roncar y en unos resoplidos grandes que daba cuando estaba durmiendo. Levanteme muy quedito, y habiendo en el día pensado lo que había de hacer y dejado un cuchillo viejo que por allí andaba en parte do le hallase, voime al TRISTE arcaz, y, por do había mirado tener menos defensa, le acometí con el cuchillo, que a manera de barreno dél usé. Y como la ANTIQUÍSIMA arca, por ser de tantos años, la hallase sin fuerza y corazón, antes muy blanda y carcomida, luego se me rindió, y consintió en su costado, por mi remedio, un BUEN agujero. Esto hecho, abro muy paso la LLAGADA arca y, al tiento, del pan que hallé partido, hice según de yuso está escripto. y con aquello algún tanto consolado, tornando a cerrar, me volví a mis pajas, en las cuales reposé y dormí un poco. Lo cual yo hacía mal y echábalo al no comer. Y ansí sería, porque, cierto, en aquel tiempo no me habían de quitar el sueño los cuidados del rey de Francia.

Aquí, los epítetos no expresan ninguna cualidad propia del sustantivo. Algunos expresan la visión que Lázaro tiene del sustantivo. Así, DESAPROVECHADA llave (que es desaprovechada para Lázaro, al que la llave no le sirve de nada porque apenas se atreve a comer unas migajas de cada pan) o TRISTE arcaz (en donde la tristeza, sin duda, es de Lázaro y no del arcaz). Otro, es una metáfora encubierta: LLAGADA arca. En otro, NEGROS remedios, la unión entre adjetivo y sustantivo es irracional. Los míseros y pícaros remedios de Lázaro los asocia este al negro que parece unido a la miseria y la trampa (frente al blanco que asociamos a lo inocente y lo bueno).

*

Podríamos repasar la historia de nuestra literatura y veríamos que en cada época (y casi en cada autor) la visión del mundo y de la literatura es distinta y esa diferencia se refleja en todo. También en el uso de los adjetivos. Con el paso de los años se va a llegar al extremo opuesto a los poetas renacentistas y, en la época de las vanguardias, no va a ser raro que un epíteto exprese cualidades contrarias a las propias del sustantivo. Fijaos en estos versos de Lorca.

En la luna NEGRA
de los bandoleros
cantan las espuelas.

Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?

domingo, 18 de enero de 2009

Sobre los epítetos

Primer consejo: úsalos con moderación y con alguna intención (buena o mala).

Los epítetos son adjetivos que añadimos a los sustantivos sin que modifiquen su referente. (Blanca, en extendió su blanca mano es un epíteto; antes de añadirlo la mano podía ser cualquiera de las dos, y después de añadirlo, también. Derecha, en extendió su mano derecha no lo es, porque limita su significado; antes de añadirlo podía ser cualquiera de sus dos manos y después de añadirlo es una de ellas, la derecha, y no la otra, la izquierda.)

Podemos añadir epítetos a cualquier sustantivo. Por ejemplo,

La princesa le dio noventa y seis besos al porquerizo

La ORGULLOSA princesa le dio noventa y seis SUAVES besos al MALOLIENTE porquerizo

o también,

La MIMADA y CAPRICHOSA princesa le dio noventa y seis BREVES e IRRITADOS besos al TERCO y SUCIO porquerizo

o incluso,

La ORGULLOSA, CAPRICHOSA, MALCRIADA, MIMADA y ESTÚPIDA princesa le dio al porquerizo noventa y seis besos que eran como picotazos de una gallinita.

Pero no es muy seguro que añadiendo epítetos hayamos mejorado la oración inicial.

Fíjate en el siguiente texto de El Quijote en el que he puesto en mayúsculas los epítetos.

-¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la VERDADERA historia de mis FAMOSOS hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: “Apenas había el RUBICUNDO Apolo tendido por la faz de la ANCHA y ESPACIOSA tierra las DORADAS hebras de sus HERMOSOS cabellos, y apenas los PEQUEÑOS y PINTADOS pajarillos con sus ARPADAS lenguas habían saludado con DULCE MELIFLUA armonía la venida de la ROSADA aurora, que, dejando la BLANCA cama del CELOSO marido, por las puertas y ventanas del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el FAMOSO caballero don Quijote de la Mancha, dejando las OCIOSAS plumas, subió sobre su FAMOSO caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el ANTIGUO y CONOCIDO campo de Montiel”.

Supongo que os habéis dado cuenta de que Cervantes, en este texto, no está escribiendo en serio. Esta parodiando la manera en que están escritos los libros de caballerías. La cantidad de epítetos es uno de los elementos de esa parodia. Si ponemos demasiados epítetos corremos el riesgo de que nuestro texto se convierta en la caricatura de un texto literario.

Comparad con este texto que ya conocéis (está sacado de El equipaje del rey José).

Aunque muy velozmente corría el francés, al poco rato pusiéronse los caballos a medio tiro; disparó don Aparicio su fusil, hiriendo al fugitivo con tal FATAL acierto en mitad de la espalda, que después de dar algunos pasos vacilantes cayó al suelo.
-¡Qué ojo!,¡señor Garrote! Por Santa Lucía bendita. ¡Qué puntería! –exclamó con júbilo Respaldiza-. Yo mismo me admiro, yo mismo me alabo, yo mismo me hago mi apoteosis, porque soy en esto del tirar una de las más grandes maravillas de la Creación.
-La verdad es que como cacería esto ha sido admirable –repuso Garrote-, pero como acción de guerra no se puede poner al lado de las de Wellington. Ese POBRE muchacho las pasa mal.
Llegaron al sitio donde el francés se revolvía en su sangre profiriendo injurias y blasfemias contra sus perseguidores.

En él, Galdós introduce sólo dos epítetos, pero muy eficaces (creo). Especialmente el segundo. Nos ha descrito de manera objetiva, sin juzgarlos explícitamente, los sentimientos y fantasías de estos dos ancianos que juegan a ser héroes. Matar franceses es para ellos como para don Quijote acometer gigantes. Pero ese POBRE muchacho desangrándose es la realidad que irrumpe en su mundo fantástico de franceses que son fieros gigantes.


Me gustaría poneros más textos, pero quedan para otra ocasión.